Opinión. ¿Quién debe ser funcionario?

El funcionario ha sido una figura denostada, puesta permanentemente en cuestión por chistes de bar y por sesudos estudios académicos, y duramente criticada en los últimos años desde posiciones que repiten una y otra vez palabras como “despilfarro” o “ineficacia”. Pero la figura del funcionario se creó en España en el siglo XIX por consenso, con la convicción de que había que acabar con la práctica de que cuando llegaba un partido al poder, sus trabajadores entraban en las Administraciones, y cuando salía comenzaba de nuevo el trasiego de sustituir a unos por otros.

“El funcionario tiene su razón de ser. Fue un acuerdo de los grandes partidos, no lo olvidemos, para que personas con unos conocimientos determinados ocuparan esos puestos y quedaran fuera de la lucha partidista”.

La figura del funcionario —entendida como aquella persona que ha alcanzado un puesto fijo, de por vida, en una Administración pública— existe en todos los países desarrollados, ya que nadie pone en cuestión que ese nivel de seguridad es necesario para ejercer ciertas profesiones, al menos para aquellas que requieren ejercer “la autoridad administrativa”, por ejemplo, un policía, un inspector de Hacienda, un juez…

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